En la barbacoa pro-colesterol a la que me
tocó asistir ayer, una amiga me mostró su preocupación por las malas notas de su
hija: dos suspensos. Y claro, su confidencia tenía un objetivo: que hablase con ella.
Así que tuve que cambiar la siguiente morcilla por una larga conversación con la
suspendida, para luego volver a la madre.
- ¿Cómo lo ves, Jesús?
- Impresionante, respondí.
- ¿Cómo?
- Mira, de aquí a unos cuantos años la vemos de ministra.
- ¿Pero qué te ha dicho? Replicó asombrada.
- Bueno, le he pedido explicaciones a sus malos resultados, y me ha
respondido que sobre todo han influido las circunstancias generales en su
clase.
Luego me ha comentado que también le han afectado las malas condiciones
heredadas del curso pasado.
Por no decir que el profesor que la examina está influenciado por diversos
intereses, y que no es del todo objetivo.
Que toma nota de los dos suspensos, que la ratifican en el buen camino
emprendido para mejorar sus resultados.
Y que a partir de ahora trabajará para recuperar el prestigio perdido
- Pero Jesús, ¿y a mí qué más me dan esos razonamientos etéreos? Lo que me
importa es que ha tenido malas calificaciones, y que como no haga algo ya -pero concreto y
palpable-, no va a poder recuperarse y arruinará su futuro. Yo lo que quiero es que crezca fuerte y con empleo.
- Bueno -le dije a mi amiga-, es que tu hija se llama España, el profesor
que la ha examinado Standard&Poors, que le ha rebajado la calificación dos escalones, y tú tienes demasiado sentido común...
... Tanto como para saber que de palabras o buenas intenciones no se vive, se aprueba o se sale de la crisis. Ni crece la economía. Ni el empleo.