José sólo encontró sitio en un establo para resguardar a
su mujer a punto de dar a luz. Y allí nació su precioso hijo, recostado ahora
en el pajar rodeado de los cuidados de su madre.
Al atardecer apareció una extensa comitiva, con unos Reyes Magos portando
valiosas mercancías, que regalaron al niño. El padre, hombre prudente, puso esa noche las siete onzas de oro a buen recaudo en casa de los cambistas, y escondió el incienso y
la mirra junto al establo.
Al día siguiente, antes de partir de nuevo hacia su ciudad de origen, fue José a
recoger las siete onzas de oro. Pero para su sorpresa, sólo le entregaron tres.
- Lo sentimos -le dijeron los cambistas-, pero pusimos tus siete
onzas en manos de unas personas que las han perdido, y ahora sólo quedan tres
de ellas.
- ¿Cómo? -replicó el enojado padre-, pero si yo sólo las deposité y no quería que hicieseis
nada con ellas…
- Es una pena, no podemos hacer
nada. Bueno, si quieres te podemos dar otras cuatro en préstamo para que tengas
siete, pero nos tendrás que dar una garantía.
- Tengo algo de incienso. Tal vez con eso...
- Está bien, toma las tres onzas que
te quedan y cuatro más en préstamo; y tráenos el incienso mañana.
Fue así como el pobre José marchó de nuevo junto a su mujer y el recién
nacido. Pasó toda la noche pensando cómo era posible que sus siete onzas de oro
hubiesen terminado en tres, más otras cuatro que le habían dado ahora en
préstamo.
A la mañana siguiente, bien temprano, fue de nuevo a casa de los cambistas,
con sus tres onzas de oro, las cuatro en préstamo y el incienso para dejarlo en
garantía.
Allí le recogieron el incienso, pero cuando el pobre José ya se iba, oyó
una voz detrás de él:
- ¿Adónde vas tan rápido? Nos debes
una onza de oro.
- ¿Cómo?, replicó arqueando sus sorprendidas cejas: Pero si os he dado mi
incienso...
- Jajaja, qué ignorante eres, hombre
poco letrado. Ten en cuenta que ayer te llevaste cuatro onzas nuestras sin haber puesto
todavía la garantía, así que tienes unos intereses de demora del 25%: Nos debes una.
- ¿Y no se puede hacer nada para que vuelva a tener mis siete onzas?
- Bueno, ahora tienes 4 onzas en préstamo y 3 tuyas, pero como nos debes una se quedan en dos. Si tienes algo en garantía, te podemos prestar la que te falta hasta las siete.
Y José volvió al establo, cogió la mirra y fue con ella a los cambistas, que se la recogieron junto al incienso. Abrió entonces el pobre padre su bolsa para introducir la moneda que le faltaba hasta completar siete, pero para su sorpresa, el cambista le quitó las dos suyas.
- ¿Pero qué hace?: Ésas son las dos mías.
- Perdone, pero es que la tasación del incienso ha bajado, así que ahora tenemos que cobrarle dos más y retenerle la onza de la mirra. Pero si tiene más garantías podemos prestarle otras...
- Vamos a ver -replicó indignado José-, de manera que vine aquí una noche
con siete onzas de oro, y ahora me he quedado sin ellas, y sin mi incienso y
mirra: ¿Les parece a ustedes normal?
- Bueno mírelo como usted quiera,
pero las cosas son así...
Y en ese momento, apareció la comitiva de los Magos, avisada de los
tejemanejes de los cambistas, que se echaron a temblar al ver la
indignación con la que entraron tan altos personajes.
Entonces Melchor, alzando su voz de trueno, exclamó:
- ¡Oh, cambistas malvados! ¡Raza de víboras y esquilmadores de la bondad
del pueblo! ¡Cuán grande es vuestra avaricia!
Y levantando entonces su brazo poderoso...
Los castigó dándoles...
Los castigó dándoles...
40.000 millones de euros para que
saneasen sus cuentas…
... Tal y como acaba de hacer España
con sus bancos, con dinero público.