El domingo aproveché para dar un paseo por la ciudad con mi sobrina María.
Tiene esa edad en que lo pregunta absolutamente todo, pero aún así decidí arriesgarme a recibir su batería de preguntas en aras de ser un buen tío.
Tras el correspondiente desayuno y de los primeros tres "porqués" de la niña, llegamos por la calle hasta el parque de bomberos:
- Tío Jesús, ¿qué es esto?
- Pues es el lugar donde viven los bomberos.
- ¿Y qué son los bomberos?
- Pues unos señores que apagan fuegos, María.
- ¿Y con qué los apagan?
- Con el agua que tienen los camiones.
- ¿Y si se quedan sin agua?
- Pues van y cargan más en el grifo, y así pueden seguir apagando incendios.
- ¿Y apagan muchos incendios?
- Claro, sobrina, apagan todos los días.
Pareció quedarse tranquila con las respuestas, o al menos no le quedaban más preguntas; así que continuamos la marcha después de pararse a acariciar a un perro, que le sirvió para preguntarme si le compraría uno.
Pasamos entonces por delante del escaparate un banco, con uno de esos carteles enormes que ponen ahora con caras sonrientes.
- Tío Jesús, ¿qué es esto?
- Pues es el lugar donde viven los banqueros.
- ¿Y qué son los banqueros?
- Pues unos señores que prestan dinero, María.
- ¿Y qué dinero prestan?
- El dinero que tienen guardado.
- ¿Y si se quedan sin dinero?
- Pues van y se lo piden al Estado para que así puedan seguir prestando dinero.
- ¿Y prestan mucho dinero?
- No, no prestan casi nada.
- ¿Y por qué les dan entonces más dinero?
- Mira, María, ¿qué tal si te compro chuches y dejas de preguntar?
Era yo el que se había quedado sin respuestas...