Habitaban unos
ratoncitos en la cocina de una casa cuya dueña tenía un hermoso gato,
La deuda pública, que se forma con los préstamos que
los gobiernos tienen que pedir para pagar los gastos que superan a los ingresos
por impuestos, es hoy uno de los mayores condicionantes de las políticas de los
países.
Cuando además esa deuda, como el caso de España, llega
al 100% de todo lo que se produce en un año (un billón de euros), entonces todo
viene marcado por ella.
tan buen
cazador, que siempre estaba al acecho.
Los que nos han prestado dinero, y a los que seguimos
recurriendo para que nos presten más, miran al detalle cualquier decisión que
se toma, por pequeña que sea, y que pueda afectar al dinero que les debemos.
Los pobres
ratones no podían asomarse por sus agujeros, ni siquiera de noche.
La situación social de los ciudadanos sólo le importa
a los deudores sólo respecto a la seguridad de su dinero: no quieren
inestabilidades que pongan en riesgo el capital que nos han dejado.
No pudiendo
vivir de ese modo por más tiempo, se reunieron un día con el fin de encontrar
un medio para salir de tan espantosa situación.
El problema de los ciudadanos es que no toman las
decisiones del volumen que se gasta (sólo remotamente cada cuatro años cuando
eligen a los gobernantes), pero sufren las consecuencias de ellas: lo primero
en lo que se emplean los recursos es en pagar la deuda, ante el miedo de que nos
corten el grifo.
Atemos un cascabel al
cuello del gato – dijo un joven ratoncito -, y por su tintineo sabremos siempre
el lugar donde se halla.
Especialmente en tiempos de crisis, y más cuando el volumen
de deuda es tan alto que se come buena parte de los recursos, se ve como
posible solución dejar de pagar lo que se debe, pues se piensa que los que nos
los reclaman están lejos y tienen poco que hacer contra nosotros.
Tan ingeniosa
proposición hizo revolcarse de gusto a todos los ratones.
Uno de los problemas es que se olvida que las deudas
de un país son como las de la hipoteca: si dejamos de pagarla, siempre vendrá
alguien más poderoso que nosotros que se encargará de cobrarse. Y se pasa de la
alegría a la desesperación en un breve tiempo.
pero un ratón viejo dijo con malicia: Muy bien, pero
¿quién de ustedes le pone el cascabel al gato?
Una solución sería que los deudores admitiesen
olvidarse de parte del dinero que les debemos. Pero eso sólo ocurriría si
viesen que peligra cobrar el todo, por lo que preferirían recuperar al menos
parte. Eso sí, pondrían condiciones muy duras al país, y sería muy difícil que
nos volviesen a prestar.
Otro remedio son los famosos rescates que se han
realizado dentro de la Unión Europea, donde es la UE la que presta dinero a los
países que no pueden pagar para que ellos a su vez paguen a los deudores, pero
a cambio de nuevo de unas medidas a adoptar que se han visto de consecuencias
terribles y tantas veces contraproducentes.
Finalmente, una tercera vía sería que países del norte
de Europa como Alemania aceptasen avalar la deuda que emiten todos los países
de la UE, de tal forma que cuando uno pide dinero prestado, los intereses que le
cobran serían más baratos, pues los prestamistas saben que en último extremo
respondería Alemania.
Nadie contestó.
Al final, lo único que funciona es tratar de deber lo menos
posible para no depender de nadie. Que nuestros gobernantes no derrochen lo que
no tienen para que luego tengan que pagarlo los ciudadanos.
Porque si nos ponen totalmente en manos de prestamistas,
para todo un país no habrá Rayo Vallecano tan grande como para ayudarnos. Como
a la pobre señora a la que quitaron su piso. Porque el hijo la puso en manos de
prestamistas.