Dejamos a principio de semana a nuestro burro Esforzado tratando de
subir la cuesta de la economía, a pesar de la enorme carga de gastos -tantas
veces inútiles- que ha de soportar; con el problema añadido de que o sube la
rampa con fuerza o no tendrá manera de reducir el paro.
El miércoles nos encontramos con nuestro frutero Luis, más preocupado que nunca por el
bolsillo de sus vecinos, porque sin dinero no habrá manera de que entren a comprar algo.
Pues bien, ahora hemos sabido una noticia aparentemente buena: “Los
precios cayeron en febrero un 0,3% respecto al mismo mes del año pasado”.
y parece tan extraordinaria… ¡Que estamos
dispuestos a celebrarla brindando con champán! Y esta mañana hemos decidido ir
a comprar una buena botella a la tienda de vinos de nuestro barrio.
De camino, hemos recordado cómo
la inflación es la diferencia entre los precios de ahora y los anteriores. Así,
si decimos que le inflación crece un 2% en un período determinado, quiere decir
que los precios han subido un 2% en ese tiempo.
Por tanto, como sabemos que los
precios siempre –o casi siempre– suben, lo normal sería que en febrero los
precios –y la inflación– fuesen un poco más elevados que los que había en
febrero del año pasado; y que nuestra botella de champán costara un poco más
cara.
Pero ahora sabemos que ese
champán está hoy un 0,2% más barato que el año pasado, porque los
precios bajaron en febrero. Y cuando llegamos a la tienda nos entra una duda: ¿No
será mejor no comprarla hoy y esperar un poco por si los precios siguen bajando
más?
Así que nos vamos de vacío, dejando al
tendero con su botella y las ganas de venderla. Y no sólo a él, sino a todos
los tenderos de todos lo productos que no sean estrictamente necesarios de
comprar.
Y como la gente dejará de
comprar, esos comercios decidirán rebajar un poco más los precios, para ver si
la gente se anima a adquirlos.
Pero como la gente verá que los
precios siguen bajando, dejará aún de comprar y se esperarán más.
Por lo que los comercios tendrán
que cerrar y despedir a sus dependientes.
Y al ir esos pobres al paro, no
tendrán dinero para gastar en comprar productos.
Y las tiendas que los venden
tendrán que seguir bajando precios… Y cerrando.
Ésa es la espiral de la
deflación, que así se denomina a la inflación cuando en vez de subir baja: La bajada de los precios aparentemente buena. Una espiral que
países como Japón han sufrido durante quince años seguidos, y que ahora
curiosamente se alegra porque los precios vuelven a subir.
Al final, llegamos siempre a que no son buenos los altibajos, las
subidas y bajadas, sino el ritmo:
El ritmo de venta de la frutería de Luis, para que se anime a volver a
contratar a los dependientes que tuvo que despedir.
El ritmo del burro subiendo la cuesta de la economía.
Y el ritmo de vida de todos: No de burbuja, pero tampoco de miseria.