Ayer nuestro artículo sólo traía una palabra: “SANTIAGO”.
Fue nuestra muestra de respeto a las víctimas, y de admiración
y cariño por todos aquellos que nos han emocionado después con su respuesta.
Ayer sólo era el momento llorar y tratar de consolar, con un sentimiento que quisimos resumir en twitter de la siguiente manera:
“El policía herido que se quedó a ayudar, el médico
despedido que acudió, y el aún enfermo que pidió el alta: Vosotros sois nuestro
país #animoGalicia”
Porque esas personas, y otras muchas, nos recordaron que somos
una gran gente -buena gente-, que lucha y por la que merece la pena luchar y seguir aportando a diario nuestro pequeño grano de arena; para intentar -en lo extraordinario y en la vida normal- hacerles la vida
mejor.
A todos ellos:
GRACIAS, GRACIAS, GRACIAS
Pero también dijimos que hoy haríamos varios comentarios. Que no
quieren ser políticos. Pero no podemos aguantarlos.
Me tocó vivir en EEUU el 11-S, y tuve la envidia de sentir
no ya la reacción de la gente, que aquí incluso mejoramos cada vez que hay que dar la
talla, sino de las personas que dirigían sus destinos.
Aquel día fatídico de 2001, 11 de septiembre, un alcalde,
votado por unos y denostado por otros, apareció con su camisa arremangada y un
megáfono: Animando a la gente, consolando a otros, poniéndose al frente;
liderando a todos.
Los que estaban en mitad de los escombros, luchando por
sacar vida de aquel montón de muerte, levantaban la vista y veían a ese alcalde
de camisa y pantalón llenos de polvo, que les mostraba que no estaban solos.
Por eso el miércoles por la noche me faltó ver en las imágenes a muchas personas, en el lugar donde había que estar.
No consigo entender qué hay más importante que estar junto a tu gente. Allí. Arremangado. Manchándote y diciéndoles que
no están solos.
No estamos solos, porque nos tenemos a nosotros mismos. Y
nos basta: Nos bastamos.
Pero tantos otros dónde están.
Para qué están. Los de todos los signos.