La semana pasada estuve en una lonja de pescado. Era la primera vez que asistía a un
espectáculo como ése.
En lo alto de un cajón, una señora gritaba los precios, en medio de un gran
tumulto:
- ¿Quién ofrece 90? ¿Alguno 80? ¿He oído 70? A ver, aquél caballero ofrece 60.
60 a la una, 60 a las dos… ¡Adjudicado por 60!
Y tras esa espera, el alegre caballero recogía su mercancía; entre el
fastidio general de los que no habían conseguido vencer en la subasta.
A los pocos segundos, el mismo proceso: 90, 80, 70… Sólo que esta vez se
adjudicó en 50. Y así una vez tras otra.
Cansado ya del vocerío, salí de la lonja camino de algún sitio para comer.
Me acerqué a un establecimiento típico de la zona; pero cuál sería mi sorpresa cuando, al
llegar, me encontré comiendo amistosamente en una mesa a todas las personas que
había visto pujar y ganar en la subasta.
Me resultó extraño aquéllo, así que cuando vino el camarero no pude
reprimir la pregunta por el motivo de ese compadreo.
Me comentó que en realidad las subastas se repartían entre las grandes empresas, que conseguían llegar a precios que los demás no lograban alcanzar: ¡Cómo iba a
ofrecer lo mismo uno de aquellos directores de multinacionales que un pequeño
autónomo o pyme!
Así que al final el pescado se repartía entre unos pocos, y el resto no
pillaba ni una triste sardina…
“Mientras se estudia el sistema a seguir para que las empresas empiecen a cobrar, el Ministerio de Hacienda ha anunciado
que aquéllas que perdonen más deuda a los ayuntamientos tendrán preferencia para el cobro de las facturas pendientes”