8:35 p.m. Suena el móvil de María, una española cualquiera.
- ¿Qué tal, Francisco?
- Me estoy congelando, María. Apenas puedo respirar y no sé hacia dónde avanzar...
- ¿Pero adónde estás? ¿No te habías ido de fin de semana de trabajo con la empresa?
- Bueno, es una larga historia,
pero el caso es que al final cambié de planes, me animé y me vine de excursión al
Himalaya con unos amigos.
- ¿Al Himalaya? ¿Pero qué haces ahí? Si tú no sabes escalar…
- Es que decían que tenía unas
vistas espectaculares, y me quería hacer unas fotos allí. Pero para mandártelas
a ti, cariño.
- Pues vaya. Pero, ¿cómo estás? ¿qué hacemos?
- Mira, van a ir unos señores para
que les des el talonario del banco, y así podrán rescatarme.
- ¿El de la cuenta de ahorro?
- Sí, amor.
- Bueno, lo que tú digas.
- Busca también la escritura del
piso, que la necesitan.
- Bien, ahora mismo la busco.
- Y dales los papeles del coche,
que me los han pedido.
- ¿Los papeles del coche?
- Sí, tú hazme caso. ¿Quieres que
me rescaten o no?
- Claro, yo sólo quiero que todo sea como siempre.
- ¿Y te acuerdas del anillo que
te regalé cuando nos conocimos?
- Vaya cosas que dices, Francisco: Cómo no me voy a
acordar.
- Pues dáselo también, que lo
necesitan.
- Bueno, se lo daré.
- Mira, y cuando lleguen vete con
ellos, que necesitan una secretaria que trabaje doce horas por la mitad de
sueldo.
- Ya. Oye, Francisco.
- Dime preciosa.
- Que en vez de todo eso he pensado que te voy a mandar los
papeles del divorcio…