En un lejano prado existía una pastorcilla, llamada Ángela, que cuidaba de su
rebaño. Le ayudaba su fiel perrillo Nicolás, que se encargaba de que las ovejas
no se despistasen del camino marcado por la dueña.
Había en el rebaño algunas ovejas díscolas, que trataban continuamente de
salirse de la senda. Pero Ángela alzaba la voz diciendo: “¡Que viene el lobo!…
¡Que fuera del camino os vais a despeñar!” Y entonces los fieles corderos
volvían a la ruta.
Un día una corderita de nombre Helena, que iba rezagada, tropezó con una
piedra y se fracturó una pata. Viéndola desde lejos la pastora Ángela en tan
lastimosa situación, se acercó a la pobre ovejita, la cogió
en sus brazos y… Sacando el machete la degolló.
Margaret era la oveja más díscola de todas: No quería nunca seguir la senda
que le marcaban. Y un día tanto se alejó, que Ángela tuvo que mandarle gruñendo
a Nicolás, mientras le gritaba: “¡Que viene el lobo!”. Pero Margaret le decía: "Mentira, no hay ningún lobo", y seguía a su aire.
Una mañana, Ángela vio una oveja que no andaba demasiado deprisa por haber
engordado, de nombre Manuela. La cogió cariñosamente... Y la trasquiló hasta quitarle toda la
lana para que avanzara más deprisa. Y así, muerta de frío, intentaba seguir al resto
del rebaño.
Pero ahora Ángela estaba triste, porque su pobre perro Nicolás había
muerto y no sabía cómo conducir el rebaño ella sola. Así que decidió esconder
por un tiempo su vara para que las ovejas no se asustaran, y les prometió
llevarlas a un verde prado para que pudieran crecer. Pero ellas la miraban con
recelo...
Ya estaban escaldadas, flacas y sin lana… Hecha mantas; para tapar a otros...