Pymecienta era una pobre empresa pequeña a la que nadie hacía caso. Se
dedicaba todo el día a trabajar de sol a sol, con agobios, y sin que le pagaran
por sus esfuerzos.
Arreglaba la casa de su
madrastra, la Administración Pública, y le ayudaba a prestar sus servicios.
Pero ésta se gastaba todo el dinero en grandes fiestas y en ayudar a sus
amigos; olvidándose de la pobre Pymecienta.
Un día, el Príncipe Estado
organizó una fiesta para repartir dinero, con muchos invitados. Pymecienta se
puso muy contenta: ¡Por fin cobraría! Se quitó el uniforme de trabajo, y cuando
se disponía a salir...
- ¿Dónde vas Pymecienta?
- Madrastra Administración
Pública, voy a la fiesta del Príncipe Estado, para ver si me pagan lo que me
deben.
- Jajaja qué tonta eres,
Pymecienta: Allí sólo pueden ir empresas grandes y los amigos del Príncipe a
pedir ayudas.
Y así se quedó la pobre en casa
llorando, porque nadie le daba no ya mísero credito, sino ni siquiera lo que le
debían.
Pero entonces, tras un fogonazo,
se le apareció el Hada Banquera, que al verla desconsolada le dijo:
- No llores, Pymecienta, te voy a
transformar en Caja de Ahorros para que puedas ir a la fiesta. Pero recuerda
que debes marcharte antes de que llegue la hora de las fusiones, ya que si no
lo haces, se verán los agujeros que hay ocultos en tu vestido.
Fue así como Pymecienta pudo marchar a la fiesta del Príncipe
Estado, montada en una preciosa carroza decorada con grandes sueldos; y tirada
por los ahorros de toda la vida de mucha gente.
Cuando llegó a la celebración, encontró muchos manjares: préstamos del Banco Central Europeo al 1%, avales
estatales baratos y abundantes, y hasta una fuente de ayudas directas.
Al ver el Princípe Estado a la bella Caja de Ahorros, se acercó presuroso. Le dio como presente un par de
zapatos, y le animó a fusionarse con otros bancos a cambio de grandes regalos.
Se acordó entonces nuestra amiga del
consejo del Hada, y salió corriendo en su carroza, antes de que se descubriesen
los agujeros que tenía en su vestido.
Aunque ya era tarde, pues
mientras marchaba a su casa, los grandes ahorros de toda la vida que tiraban del
carro se transformaron en ridículas participaciones preferentes, y ella de
nuevo en una simple empresa pequeña a la que nadie quería.
Iba nuestra pobre Pymecienta llegando
a su cuarto cuando se le cayó uno de los zapatos, que recogió su Madrastra:
- ¡Dame mi zapato, Madrastra
Administración Pública!: Me los ha dado el Príncipe Estado en pago por lo que
me debían.
- Jajaja, que tonta eres
Pymecienta. Éste zapato me lo quedo yo -respondió la Administración Pública-.
¿No sabes que sólo cobras con una quita de lo que se te debe? Además,
entérate de que al haber aceptado los zapatos, ya no puedes reclamar los
intereses acumulados, ni hacer reclamaciones judiciales.
Desconsolada estaba nuestra pobre Pymecienta: ¿Por qué no habría montado un bazar chino como le había recomendado su hermanastra Mercadona?