Francisco siempre fue una persona capaz, y sacó la carrera de veterinaria
con nota. Por eso su padre, y todo el pueblo, estaban muy contentos cuando
decidió volver a hacerse cargo de la vaquería.
Todos aguardaban con expectación las mejoras que se realizarían, y que su
padre había compartido en el bar del pueblo antes incluso de que llegara el
primogénito.
No era para menos, pues todos dependían de esa vaquería: El futuro del
pueblo estaba ahora en manos de Francisco; pero eso se sentía más como un
orgullo que como un riesgo.
Tras unas semanas de descanso en el expectante pueblo, Francisco se puso finalmente manos a la obra:
Comenzó haciendo una distribución distinta de
espacios en la vaquería, que denotaban sus aptitudes por la arquitectura; carrera que
finalmente descartó para hacerse experto en animales.
Tras un estudio pormenorizado, diseñó un nuevo sistema automático de
ordeño; y su padre comprobó con asombro que lo que a él le llevaba toda una
jornada, ahora se realizaría en menos de una hora.
Pero lo que más impacto produjo fue que se pintara la vaquería de verde,
que por lo visto mejoraba el estrés de los rumiantes. Eso, y el suelo cubierto
de corcho, eran el principal tema de conversación en el pueblo.
Y así fue pasando el tiempo, hasta que llegó la esperada inauguración.
Tras un paseo guiado por el interior, donde Francisco explicó con detalle a
todo el pueblo las reformas y magníficas mejoras, fruto de la aplicación y
estudio, se dirigieron a por los animales, sin quererse perder ninguno el
funcionamiento de la nueva vaquería.
Llegaron todos emocionados al prado, y...
... Todas las vacas estaban muertas. ¡Francisco no les había dado de comer
en todo ese tiempo!
P.D.: Las vacas se llamaban Autónoma, Pyme y Familia.