Y llegó el gran día en el reino del castillo junto al mar…
Todos se agolpaban en el camino que conducía a la fortaleza, tratando de no perder detalle de la comitiva de la reina de Germania, que pasó veloz –en su carroza– hasta adentrarse en las murallas.
Volvió a oírse la misma música y algarabía dentro del castillo, como en los buenos tiempos; tiempos que muchos aún esperaban que volverían pronto. Hasta que se marchó la reina, con la misma rapidez con la que había llegado; de nuevo entre el tumulto de los habitantes a su paso.
Todos se agolpaban en el camino que conducía a la fortaleza, tratando de no perder detalle de la comitiva de la reina de Germania, que pasó veloz –en su carroza– hasta adentrarse en las murallas.
Volvió a oírse la misma música y algarabía dentro del castillo, como en los buenos tiempos; tiempos que muchos aún esperaban que volverían pronto. Hasta que se marchó la reina, con la misma rapidez con la que había llegado; de nuevo entre el tumulto de los habitantes a su paso.
Se dirigieron entonces al castillo, pero no pudieron entrar esta vez, pues
las puertas estaban cerradas y custodiadas como nunca. “Será por la cantidad de
trigo que habrán traído desde la Germania”, dijo Martín el boticario.
Y se oyó entonces una voz desde lo alto de la muralla:
“¡Habitantes del reino! Tengo una gran noticia que daros. Tal vez no haga
falta que la Germania nos dé más trigo: ¡Lo vamos a conseguir nosotros mismos!”
Pom…
“Sé que estáis molestos porque ha desaparecido el trigo que trajisteis
durante tantos años al castillo para que lo custodiásemos”.
Pom…
“Pero no es momento de mirar atrás, sino de esforzarnos para volver a
llenar el almacén: Hemos vivido por encima de nuestras
posibilidades y ahora toca pagar por ello”
Pom…
“Así que id de nuevo a vuestras tierras y trabajad duro, que desde el
castillo os apoyamos”
Pom, pom…
… Sonaba el martillo pilón de Blas el herrero. No en su yunque, sino en la muralla: Había trabajado ya demasiados años, para conseguir sacos de trigo con los que alimentar a su familia, y otros tantos para el castillo.
Pom, pom…
Tal vez sería el único, se le rompieran las manos en el
esfuerzo, o una flecha lanzada desde arriba acabara con su empeño. Pero la razón, y la rabia, estaban con él.
Pom, pom…
Y desde entonces allí seguiría: Blas el herrero, golpeando la muralla; porque oír le
iban a oír.
Pom, pom, pom…
... ¿Para qué un castillo así?