Dejamos hoy al Gaviota Pasajera en el aire, si combustible ni tren de aterrizaje, porque tengo que comentaros una buena noticia: ¡Voy a cambiar de coche después de ocho años!
Me ha costado lo mío, porque le tenía bastante apego al anterior. Pero mira, cuanto toca, toca; y ya tenía ganas.
Estuve bastantes días pensándomelo, sobre todo porque no sabía qué quería exactamente, pero por fin me decidí: Un modelo compacto, seguro y fiable, diésel, con cuatro puertas y azul metalizado, por mucho que viniera de uno rojo.
Y allí que me dirigí ufano ayer a recogerlo al concesionario, tras un tiempo de espera, y no sin expectación por el cambio. Lo sacaron y... ¡Por fin! ¡Por...
- ¡Por Dios!, ¡¿pero esto qué es?!
- Su nuevo coche señor.
- ¡Mi nueva leches! Pero si es tan grande como el que tenía.
- Es que...
- ¿Es que? Es que tiene cuatro puertas y no dos. Y... No me lo puedo creer: ¡Gasolina! Pero si yo elegí diésel...
- Resulta que...
- Pues resulta que yo había decidido azul, y éste no sé si es verde o naranja... Más bien decolorado... ¡Qué puñetas!: Está repintado.
- Mire, señor, ¿quiere calmarse?
- Pues no sé, porque estoy a punto de hacer un disparate...
- Tiene que entender que en las circunstancias actuales no podemos darle el coche que le dijimos. Pero no dude de nuestro compromiso por entregarle lo prometido en cuanto sea posible.
- ¡¿Y cuándo podrá ser?!
- Podrá elegir de nuevo dentro de cuatro años...
Y ahí me tenéis en la puerta del concesionario, con un enfado de mil narices. Gritando y con ganas de llevarme por delante al vendedor, al dueño, y a todo lo que sonara a coche.
Sé que tal vez grité demasiado, y que esos insultos no son propios de mí. Pero, ¿qué queréis? ¿que espere cuatro años a ver si me dan lo que me prometieron?
Allí. A las puertas del concesionario. A las puertas del Parlamento de España...