1.878
Los habitantes
de este lejano pueblo vieron llegar a lo lejos al corpulento sheriff State, que
venía a quedarse.
Todos se
alegraron con su presencia, hartos de los continuos robos de cabezas de ganado,
que les hacían perder el poco beneficio que sacaban para mantener a sus
familias.
Pero al viejo
Harry se le vio escupir en el suelo cuando el sheriff pasó a su lado, con ancho
sombrero y estrella de autoridad. Desde entonces decía cada día -a quien le
quisiese escuchar- que no había estrellas suficientes como para cambiar su
opinión de ése y todos los sheriffs.
Y transcurrieron
los días tranquilos, sólo alterados por la larga sequía que ya había diezmado
las vacas. Si al menos el sheriff trajese agua, decían algunos, cansados de que
sólo se le viera contar los vasos de whisky que vaciaba en la cantina.
Pero una mañana
de primavera fue cuando apareció la polvareda; no de un tornado, sino el anuncio de
la llegada de los hermanos Dalton, montados en sus brillantes caballos.
No entraron en
el pueblo: se dirigieron directamente a los cercados, abriendo las puertas
principales y llevándose el ganado. En pocos minutos el polvo había
desaparecido, y con él la supervivencia del pueblo.
Todos se
preguntaron entonces por el sheriff State, que no se encontraba ni siquiera en
el saloon. Y alguno avisó que estaba dormitando en la hamaca del porche de la
prisión.
Cuando todo el
pueblo se dirigió corriendo a por la autoridad, se vio de nuevo al viejo Harry
escupir en el suelo; y dándose media vuelta musitó una frase de la que sólo se
entendió algo sobre un 30%.
El pueblo, los
Dalton y el sheriff; y el viejo Harry de Dodge, Kansas. Y un final económico que queda
para el lunes. Porque es actual.