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lunes, 6 de mayo de 2013

MANUEL, CON DOLORES, NOS SACA ADELANTE: Los héroes de las pensiones (*)


No entendiste, Manuel, a tu hijo Alejandro cuando te comentó que iba a comprarse un chalet en las afueras, con piscina y jardín.

Porque sabías lo que cuesta sacarse las castañas del fuego, y habías luchado junto a Dolores -tu mujer- durante más de 40 años por lograr que tus hijos tuviesen un futuro mejor. Y nunca pudiste tener jardín.

Luego vino la boda de Fátima, tu hija menor, con casi 500 invitados. Tras la ceremonia, cuando entraste en el gran salón de celebraciones, te pareció que iban a recibir a una gran estrella, y no a vosotros. Pero por los hijos había que darlo todo: ¿Acaso no habían sido por ellos vuestros esfuerzos?

Por eso no entendías que Esther y Beltrán, tus primeros nietos, no apreciasen tantas cosas de las que disfrutaban. Y provocaban situaciones incómodas en tus visitas con la manera que tenían de responderte. Pero al ir a reprenderles, no te dejaban para no causarles no sé qué daño psicológico.

También recuerdas ahora aquella bicicleta que le compraste al primer hijo de Alejandro; y que tuviste que dejar en casa cuando te enteraste que su padre le había encargado una moto pequeña en Alemania.

Y el caso es que, cuando de vez en cuando sacabas tu vieja calculadora de rollo de papel blanco y hacías cuentas, no te cuadraba cómo Alejandro podía vivir de esa manera. Pero Dolores, tu mujer, te decía que los tiempos debían de haber cambiado.

La primera fue Fátima, tu hija menor, en venir un día a pedirte algo de dinero para la siguiente letra del coche. “¿Estaba tan mal el otro cuando lo cambiaste a los tres años?", casi te atreves a soltar; pero pensaste que por esa vez no montarías un jaleo familiar.

Como tampoco querías montarlo cuando al poco volvió a venir con no sé qué excusa. “¿Pero no seguís con la promoción?”, ya le tuviste que decir. “Se están retrasando las ventas de pisos, pero vamos que en un par de meses te dejamos los niños para celebrarlo en Costa Rica como siempre”, respondió ella.

Y para qué hablar del taller que tras cuarenta años le habías dejado a Alejandro: Estaba irreconocible. Todos con batas blancas, como si fuera aquello un quirófano de coches. “Así es como se hacen ahora las cosas en Alemania”, seguía insistiendo; y más desde que se trajo la moto pequeña para tu nieto.

“Pues en Alemania deben de cobrar caro, porque para los dos coches que te han entrado esta mañana…” Eso, y que te oyera llamar al taller “Frankfurt sin salchicha", hicieron que dejara de hablarte un mes tu hijo. Pero es que no sabía comprender que te preocupabas por él y por lo que tanto te había costado levantar.

Hoy te he vuelto a encontrar en el parque, adonde sueles ir por las mañanas porque no te gusta ver a Dolores, tu mujer, cosiendo ropa de otros para ayudar con las hipotecas de tus hijos. A estas alturas de la vida en que los dos ya habéis perdido mucha vista; pero no tanta como para no haber percibido antes que nadie lo que iba a venir.

Cuando me he cruzado contigo, llevabas un sobre en la mano: La parte de la pensión que cada mes destinas a Fátima, ya sin promoción ni Costa Rica, y a Alejandro, que ha cerrado el taller y colgado las batas blancas.

Te he saludado como cada mañana con un “me alegro de verte”, que tú piensas está fuera de lugar porque no nos conocemos de nada, y pones un gesto de sorpresa cascarrabias.

Pero no te das cuenta de que, efectivamente, me alegro de verte. Porque cada día hay alguien en ese parque, en ese barrio, que nos recuerda que las cosas había que hacerlas de manera diferente.

Que tenías razón cuando pensabas que todos se habían vuelto locos, aunque Dolores te echase su mirada de que te callaras. Y que todo ha acabado como intuías cuando sacabas tu calculadora de rollo de papel blanco.

Y te digo que me alegro de verte porque, a tus 82 años, eres un héroe para mí. Porque tus hijos pasan duros momentos, y tus nietos no tienen ya caprichos, pero a todos les queda mucha vida por delante.

Como la que os va faltando a ti y a Dolores, a la que no puedes ver cosiendo a estas alturas en casa. Y tú no puedes ni siquiera consolarte con una cervecita con tu amigo Andrés. Porque la cerveza está dentro de ese sobre que llevas en la mano. Para tus hijos.

Tú no tienes gente que te aplauda, Manuel, y te lo mereces. Porque a estas alturas de la vida eres tú, con Dolores, quien nos saca adelante. Y alguien puede olvidarlo en ese parque, en España.

Por eso te digo que me alegro de verte.


(*) El sábado asistí a un debate donde se habló del tema de las pensiones. Quise defender la realidad humana que hay detrás de ellas, con verdaderos héroes como Manuel, personaje real del que hablamos hace un año y que todavía me sigo cruzando. Sigue bien de salud, y sigue siendo un héroe; al menos para mí.


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