Mi amigo Andrés
es un tío enorme; en todos los sentidos. De esos que te pegan un abrazo y te
envían a urgencias.
Ayer me lo
encontré, después de mucho tiempo, por las calles de Córdoba. Bueno en realidad
me encontró él, pues yo estaba perdiéndome mirando el móvil
como siempre.
Tras el
qué-alegría-qué-tal-te-va, Andrés desenfundó la foto de su nene de 10 meses,
orgulloso como ninguno. Y mientras yo me preguntaba cómo sobreviviría el recién
nacido a los abrazos paternos, me lo soltó: "Jesús, estoy fatal".
Cuando a una
mole como Andrés se le llenan los ojos de lágrimas, sabes que no habla de una
enfermedad que le duela o le mate, sabes que no le duele la falta de un
capricho: Le mata la impotencia, en este caso por su familia.
- Jesús, mi niño
ha pasado hambre: ¡Con diez meses!
Las lágrimas ya
no sólo eran suyas...
- Y la semana
pasada mi mujer se tuvo que ir con él a casa de sus padres.
Yo permanecía en
silencio...
- Me echaron del
hotel donde hacía el turno de noche, y me deben un montón de dinero.
Gente sin
alma...
- Llevo un año
en paro... ¿En qué país vivimos, Jesús? He estado toda mi vida trabajando, y
ahora ya estoy un paso más allá de la desesperación. Me van a quitar el piso, y además de no darles comida, ya no tendré un sitio para cobijar a los míos.
Me llegó ese tic
en la cara que sólo me sale con la indignación.
- ¿A mí quién me
ayuda, Jesús? Mi mujer y mi hijo con la suegra, yo vagando por las calles
porque no sé dónde más suplicar un trabajo, y en este país como si no pasara
nada... Mientras vemos el dinero circular para otros ¿Tú qué harías, Jesús? Bueno, te dejo, que sólo faltaba que me viesen
llorar.
Y se fue;
corriendo. Sin dejarme despedir, ni responderle.
Andrés, uno más,
un número cualquiera. En la cuenta de algunos. De la economía.
Andrés,
mostrando lo que algunos no perciben: que no tener trabajo es algo más que no
cobrar, que significa perder tu orgullo. Sentir el pinchazo de noche en el
estómago, y dolor de cabeza por la mañana.
Andrés, como
tantos, trastienda de la economía, el lugar común del que hablar en elecciones;
y olvidados después. Ocultos entre las grandes cifras macroeconómicas y
rescates que no son para ellos.
Andrés, que me
pregunta yo qué haría. Que se marchó sin dejarme despedir, ni responderle.
Mejor así. No había respuesta.