Un día vino una gran sequía que afectó a toda la región, y los pueblos cercanos reclamaron su agua a Campoalto.
De nuevo volvieron a sonar las campanas, tocadas con más fuerza que nunca por don Bartolomé, tan enfadado como el resto de los parroquianos.
Y el alcalde pedáneo alzó su voz, que en realidad era la de todos: “Campoalteños, nuestros pueblos
hermanos nos reclaman toda el agua. Y dicen que la quieren de golpe: ¡Pues que
vengan ellos a sacarla del arroyo Colorao!, jajaja”, dijo entre la
algarabía general, porque el río permanecía seco desde hacía más de ocho
años.
Entonces María
Antonia, la anciana el pueblo, volvió a mascullar: “Agua ajena, agua
cadena". Pero el alcalde la oyó esta vez, y con la poca simpatía que le
despertaba alguien que nunca le había votado, siguió con las chanzas delante de
todo el pueblo:
- A ver, María
Antonia, con la cantinela. Tal vez quieras explicárnosla a nosotros que no
tenemos tu sabiduría…
- Sabiduría yo
poca –le replicó la anciana–, pero años más que ninguno. Sólo he dicho
lo que me repetía mi Basilio antes de morir: "Si pides algo, no olvides que
tarde o temprano tendrás que pagarlo... O te lo harán pagar". Porque señor
alcalde: ¿Dónde están los burros trayendo el agua hoy de los pueblos vecinos?
Y fue entonces
cuando todo Campoalto se dio cuenta de que ese día no habían venido los
cántaros de agua. Y dejaron de reírse de los pueblos de al lado…
… Para empezar a
pensar qué les podrían ofrecer a cambio de que les siguiesen mandando más agua; porque
la necesitaban para beber y regar las huertas.
Comprendieron
que su agua, la del arroyo Colorao, les había pertenecido, y no tenían que devolvérsela a
nadie; pero la que le habían prestado se transformaba ahora en una pesada
losa.
El problema de
España está en el gran volumen de su deuda, que pronto alcanzará el 100% de lo
que es capaz de producir en un año.
Ello supone que
este año tendremos que pagar unos intereses de 38.000 millones de euros, más
que el gasto total de los ministerios juntos.
Pero por encima
de los intereses, está el gran tamaño de esa deuda, que hay que devolver... O
pedir más dinero prestado, que hace la bola cada vez mayor.
Ese día,
Campoalto se dio cuenta de que no perdió sólo el agua cuando dejó de tener la
suya propia... Había
perdido la libertad.
Como había advertido María Antonia: El agua ajena era
cadena.